Alessia comenzó a deslizar sus palabras como quien derrama veneno en una copa de cristal, con lentitud calculada y sonrisa sutil. Cada frase que brotaba de sus labios llevaba consigo una carga invisible, un veneno disfrazado de dulzura, como si pretendiera curar una herida que ella misma había abierto.
Era experta en disfrazar sus intenciones con una voz melosa, y en ese momento, desplegaba su arte con maestría venenosa, convencida de que el dolor lo haría volver a sus brazos.
—Te dije que te largaras —repitió, aunque su voz se quebró, vencida por la mezcla de rabia y dolor.
—Estoy aquí para ti, Sebas, como siempre. ¿Recuerdas quién fue la que te apoyó cuando todos se fueron? —murmuró, dejando que su mano se deslizara por su brazo con lentitud casi teatral—. Puedo ayudarte a olvidar esto. Esa mujer ya no importa, no te merece.
Sebastián no soportó más, la furia y la humillación acumulada en su pecho estallaron como un trueno contenido demasiado tiempo. Sus ojos, enrojecidos por el dol