No me vas a borrar así.
La mañana cayó como una maldición sobre la oficina de Sebastián Moretti.
El cristal panorámico de su despacho, normalmente imponente y luminosa, no ofrecía más que un reflejo pálido y distorsionado de lo que quedaba de él.
Sebastián vestía una camisa arrugada que colgaba de sus hombros como un trapo vencido, sin forma ni orgullo, sus ojos, profundamente inyectados y aún húmedos, cargaban la pesadez de una noche interminable, sin tregua ni consuelo, como si cada parpadeo doliera.
La barba, desordenada y crecida por varios días, no era solo señal de abandono, sino un grito silencioso de todo lo que había perdido. No se trataba únicamente de descuido físico, sino de una renuncia absoluta a cualquier intento de parecer entero. Su rostro, alguna vez altivo, ahora lucía apagado, resignado a un reflejo que ya no reconocía.
Sobre el escritorio, una copa de whisky medio vacía yacía olvidada, como si hubiese sido abandonada en medio de una batalla perdida.
Nada en ese espacio evocaba el poder i