Disfruta la noche.

Cloe esperaba alguna reacción dramática, un grito ahogado, una lágrima terca escapando de la comisura de sus ojos, una maldición que diera rienda suelta al dolor acumulado.

Sin embargo, Isabella se puso de pie con una calma que no era indiferencia, sino determinación contenida, avanzó hacia el cubo de reciclaje con el vestido entre las manos, y sin detenerse a mirarlo por última vez, lo dejó caer con una soltura casi ceremonial.

El tul rozó el borde metálico antes de hundirse con un leve susurro.

En ese gesto, desprovisto de dramatismo pero cargado de sentido, no solo se deshizo de un trozo de tela, sino también de una versión suya que ya no reconocía como propia, una imagen que había tolerado por amor, o mejor dicho, por la ilusión de ser amada por el amor de su otra vida.

Mientras se enderezaba, su pecho subía y bajaba con una respiración medida, intentando mantener el equilibrio emocional que tanto le había costado recuperar.

Qué ironía pensar que ese detalle, que entonces la enter
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