Nunca los había visto.
Cloe conducía con las manos firmes sobre el volante, mientras Isabella iba en el asiento del copiloto, con la cabeza ladeada hacia el cristal, mirando sin ver el paisaje nocturno que pasaba velozmente.
Ambas estaban exhaustas, física y emocionalmente, después de un día que se había sentido eterno, cargado de tensión, confrontaciones y emociones difíciles de digerir.
Isabella dejó escapar un suspiro largo y tembloroso, como si quisiera exhalar todo el peso de las últimas horas.
Sentía su cuerpo pesado, como si cada músculo llevara la memoria de la batalla que había librado, y su mente saturada de imágenes de la junta, de rostros incrédulos y todo un proceso por limpiar el desastre de Alessia.
—No recuerdo la última vez que me sentí tan… drenada —murmuró con la voz apagada, sus ojos fijos en la carretera iluminada por la noche, intentando encontrar algo de paz en la oscuridad que se extendía frente a ellas—. Fue como si esa junta durara años e