A la distancia, Sebastián seguía inmóvil, atrapado en una fotografía mental que se negaba a borrar.
Su copa permanecía en su mano, olvidada, mientras su mirada se clavaba con fuerza sobre aquella escena que jamás había imaginado presenciar.
Isabella, su esposa, reía con suavidad mientras compartía una copa con Gabriel León, cuando con él fingió beber un trago.
Alessia, a su lado, seguía parloteando con entusiasmo fingido, soltando frases vacías como si pudiera maquillar la incomodidad. Pero él ya no la escuchaba.
Él ya no veía a Alessia.
Solo veía a Isabella.
A su esposa.
A la mujer que una vez creyó tener segura, domada, encasillada en un molde que él había diseñado a su medida. Pero ahora, esa mujer se le escapaba como arena entre los dedos, con la elegancia desafiante de quien ha