No digas que no te lo advertí.
El salón se encendió de inmediato, las voces se atropellaban unas a otras, las preguntas surgían desde todos los ángulos como proyectiles y el ambiente se volvió un caos vibrante, semejante al zumbido de un enjambre furioso que no encontraba contención.
Sebastián permaneció erguido, dejando que el ruido creciera hasta volverse ensordecedor. Entonces, la voz de una reportera logró destacarse por encima de todo.
—¿Y cómo podemos saber que esto no es solo un intento por limpiar su imagen? ¿Tiene pruebas? ¿Algo más que palabras? —preguntó con cejas arqueadas y el micrófono apretado con ambas manos, como si en su desafío intentara robarle una grieta de inseguridad.
Sebastián sonrió por primera vez, una sonrisa leve que destilaba seguridad y una intención calculada que heló el murmullo por un instante. Su barbilla se alzó apenas, y con la misma calma de quien sabe que la escena está bajo su dominio, levantó la mano y extendió un gesto firme hacia el fondo del salón.
—Por supuesto que no vin