Nada salió como esperaba.
La televisión estaba encendida, aunque Alessia apenas le prestaba atención.
Permanecía hundida en uno de los mullidos sillones de su sala, con una bata de satén que se deslizaba de sus hombros como una corona marchita.
Pasaba las páginas de una revista de modas sin detenerse en ninguna imagen, como si aquel gesto automático pudiera distraerla de la incomodidad que le revolvía el estómago desde hacía días.
A un costado, su celular vibraba de forma intermitente, llenándose de notificaciones que ignoraba con un fastidio fingido. El zumbido constante le resultaba molesto, pero se repetía a sí misma que no era más que ruido pasajero.
—Seguro son tonterías —murmuró con suficiencia, llevándose una copa de jugo a los labios. Se convencía de que lo que fuera que circulaba en las redes solo la haría más comentada, más presente, más poderosa.
Pero el aire cambió en cuanto escuchó su nombre.
No provenía de su teléfono, sino del televisor.
El sonido le atravesó como un escalofrío, frunció el ceño,