Me aterra perderte.

Gabriel no respondió de inmediato.

El silencio que se instaló entre ellos fue más punzante que cualquier grito. En ese vacío, la decepción creció dentro de Isabella como una ola indomable, arrastrando consigo la esperanza y la ilusión que alguna vez se atrevió a imaginar.

Su pecho ardía, la piel le hormigueaba, y cada segundo en silencio era un golpe seco al corazón, pero Gabriel no apartó la mirada, tampoco titubeó, y lo más cruel de todo, no mintió.

—Sí —soltó por fin, con una dureza inesperada, como si le doliera más decirlo que a ella escucharlo—. No voy a mentirte, Isabella. Al principio… todo esto fue una forma de cobrarme lo que él me hizo. Sebastián me quitó a la mujer que amaba y lo celebró como si se tratara de una victoria. Yo quería que lo perdiera todo, que se sintiera tan vacío, tan derrotado como yo cuando me arrebató a Miranda.

Sus palabras eran cuchillas, cada una cortando más hondo que la anterior. No buscaba compasión ni redención, solo la cruda verdad. Su mandíbula
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