Aquello no fue un arrebato del momento ni de las discusiones sobre el futuro de West Palace.
Fue un incendio contenido que finalmente encontró su chispa y se encendió justo en el momento menos previsto.
Los labios de Gabriel buscaron los de ella con reverencia, como si en ese gesto contenido se jugara el alma, primero acercándose con una delicadeza casi temblorosa, como si pidieran permiso, como si necesitaran la validación silenciosa de Isabella antes de cruzar el umbral prohibido, y luego, al sentir su aceptación en la quietud compartida, se fundieron con los suyos con una intensidad creciente, una necesidad que fue naciendo desde lo más profundo de su pecho, cuando la certeza reemplazó por fin a la duda y el deseo dejó de contenerse.
Al principio, fue apenas un roce, suave e inseguro, sin embargo, cuando Isabella no lo detuvo, cuando sus labios no se alejaron y, en cambio, respondieron con un suspiro que brotó desde lo más hondo de su alma, todo el