Kenji había pasado los últimos tres días encerrado en una sala improvisada de operaciones en la mansión de Barak. No había permitido que nadie entrara, ni siquiera Lianett. Había conectado viejas bases de datos, comprado accesos clandestinos, rastreado llamadas, revisado contratos y hasta había conseguido informes internos de la agencia.
En todas las carpetas aparecía el nombre de Mara como un hilo conductor, pero ninguno ofrecía una prueba contundente de traición. Mara era impecable. Era, como siempre había sido, la mejor.
El reloj digital marcaba las tres de la madrugada cuando Kenji se dejó caer en la silla. Las paredes estaban cubiertas de mapas, rutas y fotografías, pero seguía sin ver el patrón que buscaba. Cada vez que creía encontrar una pista, la evidencia terminaba siendo humo.
Pasó una mano por su rostro, sintiendo la barba áspera.
—Tiene que haber algo… algo que me muestre quién es realmente. —El móvil vibró sobre la mesa, rompiendo el silencio. Kenji lo tomó con un ge