Kenji parpadeó, incrédulo, con las manos apretadas en puños. El salón de Mara parecía encogerse a su alrededor: las cortinas pesadas, el reloj marcando los segundos, el olor dulzón del incienso mezclado con café frío. Todo giraba despacio, como si estuviera bajo el agua.
—¿Qué? —La palabra salió seca, cortante, como un filo que se quiebra.
Mara inclinó apenas la cabeza, con una expresión dolida que enmascaraba su satisfacción. Tenía los ojos húmedos, pero en el centro de sus pupilas había un brillo distinto, calculador.
—Sí… —Su voz era casi un susurro. —Le supliqué que me diera acceso a ti ya que en ese momento no podía hacerlo por mis medios gracias a la agencia. Yo estaba dispuesta a ayudarla a salir de la Agencia, a ayudarte a ti, a hacer que todo terminara para que pudieran vivir tranquilos… pero Julieta se negó a todo. Dijo que no le importaba mi vida ni la de nuestro hijo, que lo único que quería era tenerte a su lado. —Kenji sintió que algo se rompía por dentro. Una imagen