La sala de juntas de la Agencia parecía una catedral de acero: paredes grises, ventanales negros que no dejaban ver el exterior, una mesa larga iluminada apenas por pantallas incrustadas. El aire olía a metal y a amenaza. En el centro, Mara se mantenía erguida, con las manos apoyadas sobre la mesa, hablando con la misma calma con que se le clava un cuchillo a alguien. En sus ojos, sin embargo, vibraba un destello de ansiedad contenida.
—Estoy segura de que la hemos doblegado. —Su voz fue un corte seco. —Julieta regresó a la fortaleza por sus propios medios y no siquiera cuestionó el porqué la dejamos ir. Eso significa que entendió el mensaje. Es cuestión de tiempo para que se quiebre. —Una sombra en el fondo carraspeó.
—No tenemos tiempo, ya fracasamos en eliminar a Kenji una vez. Él sigue siendo la amenaza más grande que hemos tenido. La paciencia se acabó. —Mara entrecerró los ojos, calculando cada palabra.
—Si presionamos demasiado, se pondrán a la defensiva. Necesitamos que él ven