La sala de interrogatorios estaba iluminada con una luz azulada que hacía parecer todo más frío. Las paredes eran lisas y sin ventanas, el aire olía a desinfectante y a metal. Julieta estaba sentada en una silla con las manos esposadas frente a la mesa. Al otro lado, Mara caminaba despacio, como un depredador midiendo a su presa.
Julieta mantenía la espalda recta. Su vientre, tenso y pesado, parecía otra persona en la habitación, latiendo y recordándole que no estaba sola.
—No te voy a temer. —Sentenció Julieta, su voz apenas un susurro, pero firme.
Mara sonrió con un gesto casi maternal.
—No vine a asustarte. —No se tenía que ser muy inteligente para saber que a Julieta nadie la quebraba tan fácilmente y Mara se percató de eso al instante, así que su estrategia cambió. —Me alteré. —Confesó. —Ver a la mujer por la cual me reemplazaron, digamos que me dolió. —Julieta la miró burlona, conoce a Kenji de apenas un par de años por decir mucho. —Pero vine a contarte la verdad. Esa que Kenji