La tarde había caído sobre la ciudad con un aire espeso y eléctrico. Kenji y Barak habían salido desde la madrugada; investigaban pistas de un cargamento ilegal que supuestamente pertenecía al nuevo enemigo, sin saber que la Agencia no había estado perdiendo el tiempo.
En la fortaleza, Julieta descansaba en un sillón, la panza, aunque plana, se sentía como si estuviera enorme ya que no podía actuar como a ella le gustaría. Lianett, agotada, se dejaba masajear los pies por su amiga mientras los niños jugaban con sus juguetes a unos metros. El ambiente olía a sopa recién hecha y a pólvora; varios hombres armados patrullaban los pasillos como lobos.
Julieta presentía algo. Desde la noche anterior, un frío extraño le recorría la espalda.
—No me gusta esto. —Susurró, sin parar de masajear los pies de Lia. —Siento que algo se avecina. ¿Por qué nos dejaron? ¿Por qué irse de madrugada como dos ladrones? —Lianett intentó sonreír.
—Es el estrés, Jul. Kenji va a volver y todo estará bien. —Suspi