El aire fresco de la mañana se colaba por las cortinas blancas de la habitación. Julieta estaba recostada en la enorme cama, rodeada de almohadas, con un gesto de aburrimiento dibujado en el rostro.
―Te lo advierto, si me traes otra sopa insípida voy a lanzártela por la ventana. ―Gruñó mirando a Lianett, que entraba con una bandeja en las manos.
La pelirroja rio, acostumbrada a los arranques de su amiga.
―Y yo te advierto que si no comes, la doctora me mata y después te mato yo. ―Respondió, dejando la bandeja sobre la mesita. ―Así que abre esa boca o te la abro yo misma. —Julieta suspiró con dramatismo.
―Antes era temida… ahora soy una pobre embarazada vigilada como prisionera por otra embarazada. ¡Qué humillación!
―Prisionera con privilegios. ―Lianett destapó la sopa caliente y la puso frente a ella. ―Tienes una cama enorme, un marido que te adora, tres niños que te entretienen y a mí como enfermera personal. No te quejes demasiado. —Julieta puso los ojos en blanco, pero al fina