El cielo había amanecido gris. No llovía, pero la amenaza flotaba en el aire como una carga invisible. Kenji observaba el horizonte desde la terraza, cigarro en mano, cuando escuchó pasos firmes detrás de él.
No necesitaba girarse para saber quién venía. La forma en que se detenía, el eco de la respiración contenida, era demasiado familiar.
―Pensé que tardarían más en enviarte. ―Dijo sin volverse.
―¿Y perderme la cara que pones cuando recuerdas que aún me debes una botella de sake? ―Respondió una voz grave, masculina, con un deje de burla.
Kenji finalmente se giró. Frente a él, un hombre alto, con traje oscuro y mirada calculadora, lo observaba con una media sonrisa.
―Takeshi. ―Kenji dejó escapar el nombre como quien suelta veneno.
―Viejo amigo. ―Replicó el recién llegado, extendiendo los brazos como si el tiempo no los hubiera vuelto enemigos. ―La Agencia sigue confiando en mí y sigue necesitando de ti. —Kenji apagó el cigarro en el borde metálico de la baranda.
―Si la Agencia