El sol de media mañana iluminaba la habitación con un tono cálido. Julieta estaba recostada en la cama, pero a diferencia de días anteriores, su rostro ya no tenía el mismo cansancio agónico. Su piel había recuperado color, y aunque aún se veía frágil, una chispa de vida brillaba en sus ojos.
―¿Sabes qué dijo la doctora hoy? ―Preguntó con una sonrisa tímida, girando la cabeza hacia Kenji, que estaba sentado junto a ella, hojeando un informe que Barak le había dejado.
―Dímelo tú. ―Respondió él sin apartar la vista de los papeles, aunque su mano seguía descansando sobre la de ella, como un ancla.
―Que si sigo así… en unos días podré irme a casa. ―Susurró emocionada.
Kenji levantó la vista por fin. Sus ojos, oscuros y penetrantes, se suavizaron un poco al verla sonreír con tanta ilusión.
―¿Y eso te alegra tanto? ―Preguntó, con un tono entre curioso y burlón.
―¡Por supuesto! ―Rio bajito. ―Estoy harta de estas paredes blancas, de las batas horribles, de que todo huela a desinfectante