LISSANDRA
La luz de la mañana se filtraba con suavidad por los ventanales del hotel, acariciando las telas blancas, los encajes, los brillos… y a nosotras, claro. Las tres novias estaban paradas frente a los espejos, mientras una decena de estilistas revoloteaban a su alrededor como abejas ocupadas.
—¿Estoy respirando? —preguntó Tiffany, mirando con pánico su reflejo.
—¡No puedo! —chilló Camila, sujetando su ramo con ambas manos—. ¡Voy a desmayarme!
—¿Dónde está el maquillaje a prueba de lágrimas? ¡Lo necesito ya! —dijo Olivia, conteniendo una lágrima que amenazaba con arruinarle el delineado perfecto.
Yo, sentada en un cómodo sillón, acaricié mi vientre redondeado, tratando de ocultar la sonrisa divertida que se me escapaba. Vestía un vestido largo, color lavanda pálido, ajustado en la parte superior y suelto en la cintura para dar espacio a mi pancita de cuatro meses. Me veía bonita, maternal, brillante… y tranquila. Alguien tenía que mantener la calma.
—Respiren, chicas. Todo va a