ASHTON GARDNER
El murmullo suave de los invitados se desvaneció cuando la música comenzó a sonar. Todos giraron hacia la entrada, y yo, al igual que todos, contuve la respiración. Pero no estaba mirando la puerta esperando ver a las novias. No todavía. Mis ojos estaban fijos en el pequeño caballero que caminaba primero, tan concentrado, tan serio, como si llevar los anillos fuera la misión más importante del universo.
Erick.
Mi hijo.
Nuestro hijo.
Pequeño, elegante, con ese traje diminuto y una sonrisa orgullosa mientras sostenía la cajita con los anillos como si fuera un tesoro. Caminaba derecho, decidido, y cuando me vio, levantó el pulgar con disimulo. Me reí por dentro. Habíamos ensayado esa señal, claro, pero verlo hacerlo ahí, frente a todos, me llenó de orgullo.
Justo detrás de él, apareció ella.
Mi mujer. Mi amor. Mi esposa, mi eterna mi princesa.
Lissandra Gardner.
Mi dama de honor favorita, con su pancita de cuatro meses marcando el vestido como un símbolo sagrado. Brillaba.