ASHTON GARDNER
El informe estaba frente a mí.
Gráficas. Datos. Porcentajes.
Yo no veía nada.
Seguía atrapado en la noche anterior.
En su risa. En su vestido demasiado corto. En los gritos y aplausos mientras hombres semidesnudos bailaban alrededor de mi esposa.
Y luego, en cómo me miró cuando la saqué de allí.
En cómo se aferró a mí.
En cómo suplicó con la voz quebrada: “Haz conmigo lo que quieras.”
Y yo lo hice.
Dios, cómo lo hice.
Apreté la mandíbula.
La imagen de su espalda arqueándose, mientras la sostenía del cabello, su voz temblorosa pronunciando mi nombre una y otra vez, sus uñas marcando mi piel...
Ese momento exacto en que dijo “soy tuya” justo antes de romperse por completo...
Me pasé una mano por el rostro.
No podía estar así. Tenía reuniones, llamadas, decisiones importantes.
Pero entonces la puerta se abrió.
Y entró ella.
Como si nada.
Vestida con una blusa blanca impecable y una falda lápiz entallada que me hizo perder el poco autocontrol que me quedaba.
Cabello suelto,