LISSANDRA
El silencio era distinto ahora.
Ya no era esa sombra espesa que se colaba por las rendijas del alma.
Ya no me aplastaba el pecho ni me arrastraba al abismo.
Ahora, el silencio era un suspiro.
Un descanso.
Un puente entre mi mundo roto… y su voz.
Ash.
Él hablaba bajito, con esa ternura que siempre me desarmó. Me sostenía la mano como si de eso dependiera el equilibrio del universo. Quizá sí. Porque yo también me sostenía de él, como quien se aferra a la orilla después de casi ahogarse.
—¿Estás bien, amor? —susurró, acariciando mis dedos como si fueran de porcelana—. ¿Quieres dormir otro poquito?
Negué suavemente. Dormir ya no se sentía seguro.
Tenía miedo de cerrar los ojos y no encontrar el camino de vuelta.
—Estoy bien… si tú estás aquí.
Él sonrió. Una sonrisa rota, temblorosa, pero real.
Y yo la reconocí. Esa era la sonrisa que más había extrañado en la oscuridad.
—Ahora mismo le aviso a todos —dijo, sacando su celular—. Todos están esperando esta noticia.
Me reí bajito.
—