La cicatriz.
ASHTON GARDNER
Las horas pasaban con una lentitud cruel.
El tiempo, ese enemigo invisible, parecía estirarse con malicia desde que Liss abrió los ojos.
No me he movido de su lado. No he comido, no he dormido, apenas he respirado.
Solo la miro.
La observo como si fuera la primera vez, como si con solo mirarla pudiera mantenerla aquí, conmigo.
Cada inhalación suya es una victoria.
Cada exhalación, una prueba de que sigue luchando.
Le acaricio la mano con la yema de los dedos, apenas rozándola, como si fuera de cristal. Como si cualquier movimiento brusco pudiera romper este pequeño milagro que me fue devuelto.
Mi corazón late al ritmo de su respiración.
Y cuando por fin abre los ojos, me siento completo por primera vez en días.
Su piel está más pálida de lo normal, sus labios casi sin color. Su cabello rojo, normalmente salvaje, está pegado a la frente, húmedo por el sudor de la fiebre que no terminó de ceder hasta hace unas horas.
Pero sus ojos… esos ojos verdes como el follaje en prim