MARCUS BLACK
La mansión estaba en silencio.
Solo el crepitar del fuego en la chimenea rompía el aire espeso de la sala.
Yo estaba ahí, en mi sillón de cuero, con una copa de coñac en la mano… y una vieja fotografía entre los dedos.
Lissandra.
Sonriendo.
Joven, confiada. Cuando me amaba. Cuando yo era su razón de existir.
Era lo único que me había quedado. Ese maldito Gardner se llevó incluso hasta su ropa.
La que me consolaba en mis noches de soledad.
—¿Sabes? —murmuré, hablándole a la imagen—. Nunca pensé que te extrañaría tanto. Nunca pensé que me dolería tanto tu ausencia. Estaría dispuesto a estar contigo… aunque te revuelques con ese bastardo de Gardner. Por ti, Liss, sería capaz de ser el amante que espera por migajas de amor… con tal de que regresaras conmigo.
Entonces, sonó el timbre, sacándome de mi monólogo.
Fruncí el ceño. Nadie venía sin avisar. Nadie se atrevía. Menos a esta hora.
Miré la pantalla del monitor. Una mujer de cabello rubio, labios carnosos, gafas oscuras y a