GISELLA ROBERTS
La oficina olía a whisky caro, cuero y frustración.
Tenía el aire acondicionado al máximo, pero, aun así… el asco me hacía sudar.
Frente a mí, como dos perros bien entrenados, estaban Marcel Alba y Eduardo Maldini. Ambos fallidos.
intentos de borrar a Lissandra.
—Déjenme ver si entendí bien —dije, cruzando las piernas lentamente mientras giraba el anillo de oro que llevaba en el dedo—. Tú, Marcel, te hiciste pasar por Erick, después de que yo investigara todo y te diera la información en bandeja de plata. Era sencillo: debías hacerte pasar por el hombre con el que Lissandra tuvo a su hijo. El hombre por el que ella preguntó durante años, que añoraba. Era fácil. Solo debías hacer eso, ¿cierto?
—Sí… así fue el plan —dijo él, tragando saliva.
—Y no fuiste capaz de engañarla, a pesar de que te di todo. Solo bastó que Ashton Gardner llegara para que te ganaras el desprecio de Lissandra —repetí con veneno.
—No sabía que él se presentaría en ese café. Todo iba bien hasta que