Sergio salió del cuarto del hospital con pasos firmes, pero su mente no dejaba de girar en espiral.
Necesitaba aire, pero más que eso, necesitaba recuperar el control.
No podía permitir que Ariana lo mirara con desprecio. Se detuvo frente al edificio, mirando el cielo despejado de una noche fría, pero lo que sentía por dentro no podía ser más opuesto a la calma de la noche.
Un vendaval lo arrasaba, pero se obligó a permanecer firme, como siempre lo hacía.
«¿Por qué? ¿Por qué tenías que descubrirlo, Ariana? Siempre me miraste con amor, con devoción... y ahora... ahora me miras como si fuera un extraño. ¿Qué hice para merecer este desprecio?»
Los pensamientos lo atormentaban, y su pecho se tensaba, pero no podía dejarse derrumbar.
La situación era más grave que nunca, y no podía perderla. No a ella.
Se dejó caer en una banca, sus manos cubriendo su rostro. En ese momento, nadie sabía quién era. Nadie sabía que él, el joven magnate de la industria, el hombre al que todos admiraban y temí