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Las horas pasaban con una lentitud cruel.La habitación, oscura y mal ventilada, olía a sudor, miedo y sangre seca.Los guardias se movían con indiferencia, como si lo que ocurría allí dentro fuera parte de su rutina.Pero no para ella.La abogada Martínez apenas podía mantenerse consciente. Tenía el rostro amoratado, la respiración agitada y los labios partidos.El sudor le corría por las sienes y una pequeña herida en la ceja seguía sangrando con lentitud.Sergio, con los ojos enrojecidos y las manos temblorosas de ira contenida, la observaba como una fiera frustrada.—¡¿Vas a hablar de una maldita vez, mujer?! —rugió, su voz ronca y llena de rabia—. ¿O prefieres que te siga doliendo cada hueso de tu cuerpo?Un silencio denso cayó por un momento. Hasta que una risita, seca y desafiante, le heló la sangre.Ella alzó la cabeza con dificultad, pero en su mirada había algo que lo desarmó: fuego. Orgullo. Una fuerza que ni la tortura había podido quebrar.—Haz lo que quieras. Puedes golpe
Sergio bajó a la mujer y a la niña del auto sin miramientos.Las empujó fuera con violencia, como si fueran simple basura, y gruñó una orden seca:—¡A casa! ¡Conduce a toda prisa! Su voz era un látigo, cortante, desesperada.La sangre le hervía en las venas. Antes de marcharse, señaló a uno de sus hombres con una mirada que no admitía réplica.—Que no abra la boca —escupió, apenas conteniendo su furia—. Amenázala si es necesario. No quiero testigos.***El auto avanzaba veloz por la carretera desierta, pero Sergio apenas percibía el paisaje difuso que corría a su alrededor.Su mente estaba en otra parte, arrastrándolo hacia un pasado que creía enterrado.Los recuerdos surgieron como una marea violenta, golpeándolo sin piedad.Marfil Corcuera.Ese nombre era una daga hundiéndose una y otra vez en su corazón.«¡Marfil, Marfil!», pensó, como si repitiéndolo pudiera hacer desaparecer el ardor en su pecho.La vio, en su mente, de pie junto al muelle, su cabello bailando al viento... y lue
Sergio regresó al auto, su rostro empapado por las lágrimas, sus ojos hinchados y rojos, como si la angustia misma se hubiera apoderado de él.La ira lo envolvía, pero también un dolor profundo que no sabía cómo manejar.—¡A casa, ahora mismo! —ordenó, su voz quebrada, como si cada palabra fuera una carga.Los hombres que lo acompañaban no dudaron ni un segundo, obedecieron con rapidez, conscientes de que algo oscuro se cernía sobre su jefe. No había espacio para preguntas, solo para hacer lo que se le pedía.Al llegar a su mansión, la atmósfera en el aire era densa, cargada de presagio.Sergio no perdió tiempo.Precipitadamente, preparó sus maletas, vació la caja fuerte de todo el dinero en efectivo que poseía, y con una determinación feroz, solicitó su avión privado.Necesitaba regresar a Cirna Gora, pero esta vez, iba a hacerlo en secreto. Nadie sabía que regresaba. Nadie lo esperaba, o al menos, eso creía él.Una sonrisa fría se asomó en sus labios mientras observaba el retrato de
La música envolvía el aire, las risas se mezclaban con las melodías suaves y alegres.El jardín estaba lleno de una vibrante alegría, como si el sol mismo se hubiera detenido un poco más para contemplar la felicidad que emanaba de cada rincón.Todos aplaudían, brindaban y sonreían por los recién casados.Era un momento de celebración, una nueva etapa, un nuevo comienzo.Pronto, la fiesta comenzó a tomar vida propia.La pareja protagonista, Marfil e Imanol, tomaron el centro de la pista para bailar su primer vals como esposos.La pista de baile, brillando bajo las luces suaves, reflejaba la armonía que se respiraba en el ambiente.Ellos danzaban juntos, entrelazados por la música y por el amor que parecía envolverlos como un delicado manto.Bailaban lentamente, sus cuerpos moviéndose al ritmo de la melodía, sus palabras al oído eran susurros dulces y promesas de amor eterno.Los besos tiernos que se compartían parecían detener el tiempo, dejando atrás el mundo para solo existir ellos do
Marfil e Imanol se despidieron de todos.Subieron al coche, sus manos entrelazadas, y comenzaron a conducir hacia el mar Adriático, donde las olas susurraban promesas de libertad.La luna brillaba en el cielo, bañando de un color plata y blanco.Estaban tan emocionados, como si el tiempo se hubiera detenido solo para ellos.Pronto llegaron al muelle.El crucero que los esperaba era todo lo que Marfil había soñado, un palacio flotante de lujo y elegancia, rodeado de vida y alegría.Pero, a pesar de la multitud, solo se veían el uno al otro.Se dirigieron a su camarote, no cualquiera, sino el especial para luna de miel.Marfil se sintió como una princesa, con un vestido nuevo que la hacía sentir más viva que nunca, pero también vulnerable, porque sabía que algo muy importante debía decir.Imanol la acompañó hasta la puerta del camarote.Un empleado les sonrió y los dejó entrar.Marfil quedó en silencio por un momento al ver cómo el lugar estaba decorado con rosas rojas, velas y luces sua
La madrugada llegó en silencio, envolviendo la habitación con una calma casi inquietante.Marfil se despertó lentamente, con el corazón agitado, como si un peso invisible presionara su pecho.Respiró hondo, sintiendo el frío del amanecer que se acercaba.Se levantó con cuidado para no despertar a Imanol, que dormía a su lado, ajeno a los tormentos que recorrían su mente.Con manos temblorosas, se puso el vestido de dormir.Se acercó al balcón, dejando que la brisa fría acariciara su rostro.El cielo estaba plagado de estrellas, brillando con una intensidad que la deslumbró. La luna nueva, blanca y serena, se alzaba sobre el mar oscuro.El mar… frío, lejano, como la verdad que estaba a punto de soltar.La oscuridad de las aguas reflejaba su incertidumbre, su miedo a lo que vendría. Pero no podía seguir viviendo así, atrapada en su secreto.Sabía que debía decirle todo, finalmente.El peso de la culpa y el secreto la aplastaban.De repente, sintió unas manos cálidas rodeando su cintura p
Imanol retrocedió dos pasos, su rostro marcado por la tormenta que se desataba en su interior.Marfil sintió que el suelo se desmoronaba bajo sus pies. Un terror indescriptible la invadió, un miedo profundo que la consumió hasta lo más profundo de su ser. No quería perderlo. No podía, no de esa forma.Él caminó por la habitación, los pasos resonando como un eco sombrío.Pensaba en tantas cosas, pero al mismo tiempo, no podía pensar en nada más que en el dolor que le quemaba el pecho.La imagen de Marfil lo mantenía atrapado en un torbellino de emociones, pero entonces, lo recordó.El video de Sergio. La imagen cruel de ese hombre, engañando a Lynn con indiferencia, incluso sabiendo que estaba embarazada, sin mostrar el menor rastro de remordimiento. No le importaba. Nada le importaba.Imanol miró a Marfil, la imaginó a su lado, amándolo como ella lo hacía, tan intensamente como él la amaba a ella, pero luego, vio la traición de Sergio, burlándose de ella, persiguiéndola, torturándola.
En Montaña Negra, la fiesta seguía su curso, pero Miranda sentía que el ambiente ya no la envolvía de la misma manera.Había bebido más de lo que debería, intentando sumergirse en el bullicio, pero la confusión de sus sentimientos la rodeaba como una niebla espesa.El lugar, iluminado por las luces tenues de las lámparas y la música que sonaba en los altavoces, parecía desvanecerse a su alrededor mientras se levantaba, tambaleándose ligeramente.Cuando al fin llegó la hora de irse, Arturo se ofreció a acompañarla a su habitación.Caminaban juntos por el pasillo de la casa de campo, sus pasos resonando en el silencio de la noche.Al llegar a la puerta, ambos se detuvieron, sus cuerpos tan cerca que casi podían sentir el aliento del otro.Arturo la miró intensamente, sus ojos llenos de una mezcla de deseo y certeza.—No sueñes que te quedarás conmigo —dijo ella, con una sonrisa traviesa, pero su voz traicionaba una tensa emoción contenida.Miranda, con el rostro enrojecido por el alcohol