Llega a su casa con un salto en el pecho, casi no puede respirar del agotamiento. Mantiene pegadas sus manos a la madera mientras mira a su madre observarla incrédula, quien al ver aquel saco lleno de hortalizas no sabía si gritarle por su imprudencia o agradecerle. Pero a veces la necesidad puede más que la cordura, sobre todo cuando tu familia está en juego.
La madre de Ericka se había “casado” con un buen hombre cuando esta apenas tenía siete años y no había podido tener más hijos .Ella nunca pudo conocer a su padre, había muerto —según le habían contado — en un incendio en el campo. Aquel hombre había sido todo lo que ella hubiese querido como padre y aseguró su hogar por 13 años, pero ya estaba muy enfermo para alimentar aquellas bocas bajo su protección. La mujer mayor toma el saco mientras Ericka da un paso hacia delante recobrando el aliento. No da tiempo a mucho, un inesperado toque se hace sentir en la puerta. Su madre le hace señas para que abriese mientras esconde el preciado bien en una trampilla secreta bajo la mesa. Un joven de rostro serio y que porta armadura entra sin invitación en cuanto ella deja pasar la luz por el marco de la puerta. –¡Anoche se produjo un asalto a las tierras del rey y por orden de este se hará revisión a cada una de las casas! —anuncia con un grito que ensordece a las que están a pocos pasos de él, para cumplir con sus órdenes. Otros dos hombres entran y empiezan, sin ningún tipo de delicadeza o cuidado, a revolver cada centímetro del lugar. Los corazones de ambas laten desbocados dentro de sus pechos, sus ojos se abren como platos al ver como por la puerta entra otro hombre, el padre de Ericka. —¿Dónde estuvo usted anoche? —pregunta el joven dirigiéndose a este. —Estuve aquí, en casa. —tose mientras intenta entender la situación —Estoy enfermo, pero tengo testigos. El soldado piensa en su versión y lo evalúa con la vista, era obvio que aquel hombre casi en los huesos no era capaz de hacer un viaje tan largo. —¿Hay más hombres en la casa? —pregunta mirando a las mujeres y estas niegan con la cabeza. Para su asombro, Ericka, puede ver el mismo símbolo en las ropas que portan que el que había visto la noche anterior. En ese momento recuerda, que aquello que ve ante sus ojos es el sello de la familia real. Los soldados no pueden encontrar nada, y se retiran sin decir palabra. La furia a ella le carcome los huesos, a la vez que el alivio la tranquiliza. El palacio siempre se ha llevado la mayor parte de todo y aun así se coexistía. ¿Por qué el cambio? ¿Qué podía haber cambiado ahora? Afuera se oye más de un grito, han encontrado parte los bienes robados la noche anterior en otras de las viviendas circundantes, y ahora estas arden en represalia al agravio cometido contra el rey. Todo le parece tan injusto que quiere gritar, quiere golpear a aquellos monstruos, que por vivir dentro de la ciudadela del interior de los muros del palacio cumplen ciegamente tan despiadadas órdenes, pero sabe que con ello no lograría nada, su casa podría ser la próxima en arder. Además, ya tiene algo mejor maquinándose en el interior de su cabeza. Esa noche, mientras todos duermen sale a escondidas de su casa y se atreve a adentrarse a las cercanías de los muros del palacio. Aquella es una zona conocida por sus tabernas y burdeles donde muchos van a ahogar sus más profundos demonios. Lleva una capa que la cubre de pies a cabeza, pero puede sentir los ojos de aquellos perversos viciosos de alcohol y sexo seguir cada uno de sus pasos. Llama con fuertes golpes a la puerta, vigilante de que nadie la reconozca, su dueña al verla queda sorprendida y rápidamente hace que pase al interior. Ángela ha sido muy buena amiga desde hace años y ahora se dedica a lo que según ella dice ser “una dama de compañía”. Más de una vez le propuso ser parte de su negocio por las ventajas económicas que podría traerle, pero Ericka se negaba, mataría a su madre del disgusto. Ericka no tiene una figura llamativa, pero su delgadez es seductora y posee un hermoso rostro. Ángela le había contado más de una vez que los hombres luego de saciada su sed de carne compartían con ella sus más profundas desventuras, también sabía que estos “clientes” usuales solían ser personas de gran influencia y poder. —¿Qué haces tú por estos barrios? Si alguien te ve por aquí tu imagen no volverá a ser la misma —le reprocha su amiga dejándola pasar. Antes de cerrar la puerta hecha una ojeada a la calle vacía. —Lo sé, pero necesitaba verte. —explica dejado caer la capa en uno de los muebles. —Deja que te sirva algo de tomar y me cuentas —saca una botella de vino que le había regalado un duque por complacer algunas de sus fantasías. —No creo que deba tomar eso. —mira vacilante la copa. —No te preocupes, te hará bien para ayudarte a recuperarte del menudo viaje que habrás hecho para llegar aquí. El dulce sabor de aquella bebida es algo maravilloso de disfrutar, el calor baja por su garganta y le hace cosquillas en el estómago. Ángela sonríe al ver los gestos de su amiga. Pone un plato de pan entre ellas que la otra devora con avidez. —Entonces, dime. ¿Qué te trae por estas malas calles? —Necesito información —explica el motivo de su visita aun con la boca llena. —¿Qué clase de información? —indaga en la historia de su amiga Entonces Ericka decide contarle todo lo que ha visto y vivido. —Es algo impactante lo que cuentas. Este tipo de información es muy delicada .Soy buena pero no hago magia —Por favor Ángela. Creo que solo tú podrías obtenerla —La cortesana queda pensativa por un momento. —¿Qué hay de ti? —le contesta y la otra puede presentir la propuesta indecente que viene. —¿De qué hablas? —reacciona asombrada —Mira, yo soy cuento viejo para la gente de la corte Ericka la mira de arriba abajo. Sigue siendo tan espectacular como siempre, un largo y rizado pelo rubio que llegaba hasta su estrecha cintura proseguida de grandes caderas, abultados senos y unos ojos azules preciosos. —No me mires así, ya llevo mucho tiempo en esto y solo sirvo a clientes fijos y a uno que otro mal vivido que entrega hasta su alma por mis servicios. Igual me va económicamente bien. Para ella su oportunidad en la corte había pasado hace años, cuando todavía era una niña virgen de trece años y su padre la presentó como carne de ganado en una de las fiestas abiertas que ofrecía el palacio. En aquel momento lo había odiado por arrojarlo a los leones por unas monedas pero luego entendió que para gente como su familia no había más opciones cuando de elegir entre dignidad o comer se tratara. —Yo pasé a ser historia desde que uno de los hijos del rey se cansó de utilizarme para matar sus caprichos. Pero estoy segura que tú lograrías algo. Si quieres peces tienes que mojarte. —¿Otra vez con eso? Ya te he dicho que no —se levanta insultada por la idea y camina en círculos por la habitación. —Mírate, pareces delicada como muñeca de porcelana, y eso a ellos les gusta —su marcada insistencia reside en los puntos que se anotaría iniciando a su amiga, y que esto podría provocar que más chicas acudieran a ella para iniciarlas y con el tiempo dejar su trabajo de cortesana por el de Madam. — ¡Que no! No haré eso —reitera su negativa. —Está bien. Ya veré que averiguo pero si quieres obtener información por esa vía tendrás que hacer sacrificios. A la joven le preocupa que la más experimentada lleve la razón. Y aunque en gran parte la tiene no puede ni pensar en el dolor que les provocaría a sus padres enterarse que cayera en ese pecaminoso mundo.