Ericka, sábanas , sudor y sangre

Ericka, sábanas , sudor y sangreES

Romance
Última actualización: 2025-07-21
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Resumen
Índice

Bella como una rosa, pero tan peligrosa como una de sus espinas. Ericka, una hermosa chica de campo, descubre una enramada conspiración que se desarrolla en el palacio real. En búsqueda de la salvación de su familia decide sacrificarse para poder infiltrarse en el castillo donde se convierte en el objeto de pasión y posesión de dos hermanos con una profunda rivalidad. Ella es el juego que ellos quieren ganar, ellos son la llave para poder llevar a cabo su propósito.

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Capítulo 1

El comienzo de todo

Prologo

— ¡Tengo que salir aquí! —se dice a sí misma para recomponerse.

Al tocar las partes dañadas de su armadura mancha sus manos, el hollín y la sangre se mezclan en algo pegajoso que no sabe definir. No le quedan muchas fuerzas, apenas si logra abrir los ojos que le arden entre el sudor y el humo.

En un desesperado esfuerzo logra salir debajo de la hermosa bestia que antes cabalgaba y, ahora, yace muerta, totalmente inerte. El dolor, la sed de venganza la motivan y sobre todo el recuerdo de su amor roto en pedazos. Con la fuerza que le queda en el brazo menos indispuesto arranca de si, las partes del metal que la cubren, ya inútiles, para poder aligerar el peso e intentar ponerse de pie con ayuda de una de las lanzas desperdigadas que se encuentran a su alrededor.

Quiere ver esa sangre azul correr por su espada para cobrar lo que le fue quitado.

El paisaje es menos que alentador; todo arde en llamas, sus tropas han sido salvajemente masacradas pero con suerte quedan suficiente de ellos para asegurar la batalla. Los cadáveres de ambos bandos cubren el espacio desplegándose sobre el polvo.

El dolor en todo su cuerpo era lo único que le hace recordar que está viva, el dolor y la ira. Pero aquello no quedaría así, su venganza era algo indetenible.

Capítulo 1

La situación es la misma desde hace unos pocos meses, el pueblo está quieto como ya es costumbre. Ya no existe aquella algarabía en los mercados, la escasez de alimentos es grande y los pocos que llegan están en tal mal estado que ya no vale la pena luchar por ellos. Es preferible guardar las fuerzas que les permiten sobrevivir. La hambruna azota fuerte y decenas mueren de inanición.

Lo que antes era una prospera ciudad de comerciantes y mercaderes que se erigía gloriosa bajo la montaña del castillo, ahora se reduce a un pueblo de mala muerte de miseria y enfermedad.

El reino de Angard, antes famoso por el esplendor de sus campos está cada vez más deteriorados, y sus cuatro capitales secundarias sumidas en la miseria, solo la capital principal, la ciudadela del castillo escapa de la ola gris que azota al resto.

Esta es época de cosechas, aquella en la que se suponen los campos llenos. Ella, curiosa y atenta al murmullo de la gente ha oído por comentarios de los campesinos que alguna vez nutrieron la zona, que los cultivos de las tierras aledañas han prosperado, y que los campos están llenos, pero ¿A dónde va toda la comida?

Ericka no puede seguir viendo el sufrimiento de su familia, la piel sin color de su madre, las costillas notorias de su padre, y a escondidas de ambos, quienes se lo reprocharán, pensó unirse a un grupo de hombres que pretendían saquear uno de los campos vecinos.

No es bien visto ver a una mujer desarrollarse entre los hombres, pero por ellos debe al menos intentarlo.

— ¡Déjenme ir con ustedes! —le suplica al que está frente a la expedición.

— ¡Que no; te he dicho! —le contesta aquel hombre robusto, pasado en canas dándole la espalda.´.

— ¿Por qué? ¿Por qué no crees que tenga derecho de salvarlos del hambre? —lo hala por el hombro para hacerlo girarse hacia ella.

— ¡Eres una enclenque que no aguantarás el viaje! —la mira con desprecio y escupe casi en sus pies.

La sangre de Ericka hierve, está harta de que todos la tratasen igual, como si fuese una indefensa, como si fuera una flor de cristal que podría romperse al mínimo toque. Se equivocan y está dispuesta a probárselos.

— ¡Si no me llevas le diré a todos lo que planean! —grita amenazante.

— ¡Estúpida! —una cachetada resuena en su delicado rostro y la hace girar la cabeza. El golpe arde y deja una marca roja viva, pero ella no llora, no cede y no se rendiría.

Se lanza con furia hacia el hombre, los otros a su alrededor solo observan sin saber si intervenir o no. Con sus uñas se aferra a su ropa, como un gato que intenta trepar hacia su rostro, el hombre la toma por los hombros y la lanza hacia una esquina, donde es atrapada por otros antes de tocar el suelo.

—Está bien, puedes ir, pero como te quedes detrás en el camino dejaremos que te coman las bestias. —anuncia ante todos al ver la insistencia de la chica.

—Es un riesgo que estoy dispuesta a asumir —se separa de los cuerpos que la sostienen arreglando su harapiento vestido. Da media vuelta y sale de aquella choza.

Parten con los rayos del ocaso, van sigilosos, abriéndose paso ante tan espeso bosque. La distancia es grande, pero llevan un andar constante, están atentos al peligro que suponen las bestias salvajes que se esconden entre los árboles. Tras unos cuántos kilómetros, los altos campos de maíz se alzan ante ellos, el líder da señal de dispersarse con el fin de recoger la mayor cantidad de alimentos en el menor tiempo posible.

La noche es profunda, apenas si hay estrellas, con su morral al hombro intenta llenarlo lo más rápido posible. A ella la alerta un ruido, se tiende en el suelo entre las altas hierbas. Oye pasos y el crujir de algo metálico capta su atención y levanta la cabeza con cuidado, ve una luz. Carretas y carretas vacías entran a aquel sembradío. Los arreos de aquellos caballos no son normales, están adornados en algo plateado y los hombres que tiran sus bridas llevan capas con un extraño símbolo bordado en el borde.

Un hombre allí espera los ostentosos intrusos, saluda al que parece guiarlos y el segundo da la orden para que empiecen a cargar sacos y sacos en aquellos carros de madera.

Cuando han concluido, uno de la contraparte de los armados hace una señal para que traigan diez bolsas, que al caer en el suelo, dejan oír las monedas en su interior. El alegre hombrecito se acerca a comprobar su contenido y Ericka puede ver como el brillo del oro y la plata, se reflejan a la luz de las antorchas. Una sonrisa más que complaciente se dibuja en aquel rostro. Las carretas se retiran y todo vuelve a quedar sumido en la oscuridad.

Sabe que reconoce aquellos bordados de alguna parte, solo no puede recordar ¿Dónde?

Como acabada de despertar de un sueño su reacción es veloz, llena el saco con todo lo que puede cargar, corre de vuelta a buscar el grupo y los encuentra reunidos, los jefes de la expedición adelante y el resto detrás, formando un círculo.

— ¿Qué pasa? —pregunta ella a uno de los que está en el borde exterior.

—Han estado unos hombres aquí —le explica él.

—Sí, los he visto, suerte que no han descubierto a nadie.

—El jefe cree que estas tierras han sido pagadas, alguien ha comprado sus productos aunque nos deje morir de hambre en el intento —de ella solo se escapa un breve sonido de afirmación al entenderlo.

Puede ver como el círculo comienza a romperse, de él salen varios hombres que mientras levantan las antorchas ayudan a otros a encender las suyas. La noche parece volverse más clara ante la presencia del fuego, ve que se miran unos otros y asienten, les hacen señas al resto para que se marchen.

Ella sigue a la pequeña mayoría de hombres que se alejan de los campos, ve el color rojizo extenderse sobre ellos. El humo blanco comienza a levantarse junto a las llamas, la noche deja de ser tan oscura para volverse en tonos carmesí y naranja, y los que han quedado atrás se reincorporan al grupo.

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