El amanecer llegó como una hoja cortando el velo oscuro de la noche. La sala de los espejos, situada en la parte más antigua del ala oeste, despertaba con el frío de la piedra aún sin tocar por la luz. Allí, los cristales altos reflejaban no solo rostros, sino secretos. Se decía que quien se mirara durante la primera luz del día vería no lo que era… sino lo que podría haber sido.
Violeta llegó sin capa, sin escoltas, sin intención de aparentar nada. Solo ella, sus pasos, y la carta doblada dentro del corpiño. El pasillo que llevaba a la sala estaba en silencio, interrumpido solo por el eco de sus propios latidos. Cada paso le recordaba que iba hacia lo desconocido, convocada por un enemigo o un aliado, tal vez ambos a la vez.
Empujó las puertas dobles.
La sala estaba vacía. O lo parecía. Los espejos la recibieron multiplicando su silueta, descomponiéndola, como si no supieran ya qué rostro mostrar. Avanzó con cuidado, sabiendo que la trampa no estaba solo en lo físico, sino en lo simb