Capítulo 5: El Juego Comienza

Por un instante, Emma se perdió. Porque él lo dijo con sinceridad, con esa mirada que no era la de un príncipe lejano, sino la de un hombre curioso.

Y eso era peligroso.

Se apartó un paso, recomponiendo su postura.

—Deberías acostumbrarte a la nueva Violeta, entonces. Soy toda una caja de sorpresas.

—Lo estoy notando —dijo Leonard, más para sí que para ella.

Antes de que pudiera agregar algo, una melodía de flauta se elevó desde el fondo del salón. Era la señal de que el baile reanudaría pronto.

—Alteza —dijo Emma, con una ligera reverencia—. Si me disculpas.

Él asintió, pero cuando ella pasó junto a él, notó cómo su mirada la siguió. No con deseo. No aún. Pero sí con algo más letal: interés.

Y eso era lo último que Emma necesitaba.

Porque si Leonard comenzaba a mirar más allá de la fachada, podría descubrir que Violeta ya no existía. Y que, en su lugar, había una forastera... que lo había criticado en otro mundo, lo había llamado galán de cartón... y que ahora, contra toda lógica, sentía algo cuando él la miraba así.

La fiesta estaba en su punto álgido cuando, finalmente, la última de las celebraciones de la noche llegó a su fin. Las luces del gran salón, iluminado por candelabros y antorchas, comenzaron a atenuarse, y los murmullos de la corte se suavizaron a medida que la velada de compromisos llegaba a su fin. Emma, en su papel de Violeta Lancaster, observó cómo las sonrisas de los nobles se disipaban, y las conversaciones comenzaban a volverse más discretas. Había algo extraño en el aire; algo pesado, como si las palabras compartidas esa noche tuvieran un peso mucho mayor que lo que cualquiera de ellos podría admitir.

Ella había jugado su papel a la perfección, sonriendo, levantando su copa, mostrando esa imagen de nobleza e indifference que todo el mundo esperaba ver. Pero, en lo más profundo de su ser, sabía que esa noche no había sido solo un compromiso político. Había algo más. Algo que tenía que ver con el príncipe Leonard y las miradas que había intercambiado con ella, aunque se negara a admitirlo.

Cuando finalmente la fiesta se dio por concluida y los nobles comenzaron a dispersarse, Lady Arabella apareció de repente ante ella, como un fantasma. Sus pasos eran ligeros, como si nada pudiera alterarla, pero había algo en sus ojos que la delataba. El juego había comenzado, y Emma podía sentirlo.

—Violeta —dijo Arabella, su voz suave, pero cargada de una amenaza implícita—. Veo que todo salió como esperabas. Un compromiso con el príncipe. Una ceremonia perfecta. Todo el reino observando.

Emma, con su copa aún en la mano, la miró directamente. Sabía exactamente lo que estaba a punto de decirle. Arabella era más que consciente de la rivalidad que había entre ellas, aunque no sabía con exactitud cuánto más profundo era ese abismo.

—¿No estás feliz? —preguntó Arabella, su tono simulando interés genuino, pero sus ojos delataban el desprecio oculto—. Al fin y al cabo, ya has logrado lo que tanto buscaste. El príncipe es tuyo, en cuerpo y alma, ¿no es así?

Emma sonrió de forma fría, no queriendo darle a Arabella la satisfacción de saber cuánto la perturbaba esa conversación.

—Es un honor, sin duda —respondió con una calma calculada—. Aunque, debo decir, Lady Arabella, parece que tu tono sugiere que el compromiso es más importante para ti de lo que crees.

Arabella soltó una risita suave, pero la intensidad de su mirada no cambió ni un ápice.

—Oh, Violeta —dijo con desdén—, no me hagas reír. El príncipe está comprometido contigo, pero su corazón es mío. Tú solo eres una pieza en este juego, una pieza que, aunque útil, no tiene la verdadera esencia de lo que Leonard y yo compartimos.

Emma la miró fijamente. No dijo nada durante un largo momento. Dentro de ella, algo se retorció, un nudo de frustración que apenas podía controlar. Pero no iba a ceder ante la provocación de Arabella. No ahora.

Arabella siguió hablando con un tono aún más desafiante:

—Sé que lo sientes. Sé que lo sabes. Puedes poner la cara que quieras, pero yo soy la que conoce el corazón del príncipe. Y te aseguro que no será a ti a quien elija al final.

Emma dejó escapar un suspiro, como si fuera una pesada carga que finalmente soltaba.

—Entonces, si todo esto es tan claro para ti —respondió sin perder la compostura—, ¿por qué estás tan tensa? Relájate. Estamos en una fiesta. Nada de lo que dices me afecta, Lady Arabella.

Arabella apretó los dientes, su rostro endureciéndose por un instante, pero enseguida volvió a sonreír con dulzura, como si nada hubiera sucedido. Su tono se suavizó, aunque la amenaza seguía flotando en el aire.

—Este juego acaba de empezar, querida. Y no importa lo que hagas, no podrás arrebatarme lo que es mío.

Con esas palabras, Arabella dio un paso atrás, su vestido marfil deslizándose por el suelo con una elegancia inquietante. Sus ojos brillaban con la promesa de una guerra sutil, una guerra que Emma no había buscado, pero en la que no podría evitar verse envuelta.

Emma observaba cómo Arabella desaparecía entre la multitud, pero la incomodidad que dejaba tras de sí no se disipaba. El ambiente aún olía a hipocresía, tensión… y traición.

Estaba a punto de retirarse cuando una figura se acercó con gracia calculada, como si hubiese estado esperando el momento perfecto. La Duquesa Eloise Lancaster, su "madre", se deslizó entre los últimos invitados con una sonrisa suave y un porte impecable. Su presencia era reconfortante solo para quien no la conociera bien.

—Querida mía —dijo, tomándole la mano con aparente ternura—, estuviste… magnífica esta noche. Todos te miraban. El reino entero ha sido testigo del ascenso de una futura reina.

Emma inclinó la cabeza con falsa humildad, aún con la máscara de Violeta bien puesta.

—Solo hice lo que se esperaba de mí, madre.

Eloise soltó una risa baja, dulce como la miel… pero con un dejo de hierro detrás.

—Y por eso estoy tan orgullosa de ti. Has aprendido a moverte entre tiburones sin mancharte de sangre. Justo como lo haría una Lancaster.

Le acarició el rostro con una delicadeza inquietante, mientras sus ojos la estudiaban con detenimiento.

—Recuerda, cariño —continuó con voz suave—, ser amada no es tan importante como ser necesaria. Haz que Leonard dependa de ti, que el reino te vea como indispensable. El amor… vendrá después. O no. Pero el poder, ese sí permanece.

Emma forzó una sonrisa, aunque el frío en su espalda era real. Cada palabra de la duquesa era una orden disfrazada de consejo maternal. Y en el fondo, lo sabía: si algún día fallaba… su "madre" sería la primera en clavar el cuchillo.

La duquesa besó su frente, como una bendición envenenada, y se marchó tan elegantemente como había llegado.

Emma se quedó sola. Pero no indefensa.

El juego apenas comenzaba. Y en este tablero, hasta la reina podía aprender a mover las piezas.

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