El alba apenas rozaba el cielo de tonos pálidos sobre Theros, cuando un golpe seco, firme, irrumpió en la tranquilidad del aposento de Lady Violeta Lancaster. No fue un sonido brusco, ni desesperado. Fue una advertencia contenida, una presencia anunciada con dominio.
Violeta, envuelta aún en el sueño rápido de la madrugada, se incorporó lentamente en su lecho. La brisa que entraba por la ventana apenas movía las cortinas, pero un estremecimiento recorrió su espalda. Ese llamado no podía provenir de una doncella ni de un mensajero. Era distinto. Era calculado. Familiar.
Se puso en pie con parsimonia, ajustándose una bata de terciopelo color vino oscuro que caía como un manto de silencio sobre su piel. Abrió la puerta. Y ahí estaba ella.
La Duquesa Eloise Lancaster. Su madre.
La mujer que no necesitaba alzar la voz para doblegar a un Consejo entero. Alta, elegante, con un vestido de terciopelo negro sin una sola arruga, llevaba su cabello recogido en un moño implacable y su rostro, tan