La noche había caído sobre Nueva York, y desde el elegante apartamento que Lady Violeta Lancaster había hecho suyo, Victoria de Siberia se sentó frente a su escritorio, rodeada de luz cálida que apenas iluminaba los papeles y archivos dispersos. El silencio era absoluto, roto solo por el suave zumbido de la ciudad que llegaba desde la calle, recordándole que, aunque estaba lejos de Theros, su objetivo aún estaba al alcance de su mente calculadora.
Se reclinó en su silla, entrelazando los dedos, y su mirada se perdió en la ventana. Afuera, los edificios de Manhattan parecían palacios modernos, torres de cristal que reflejaban las luces de la ciudad como estrellas caídas sobre la tierra. Pero nada de eso importaba; su mente estaba fija en Leonard. Él estaba en Nueva York, fuera del libro, y eso significaba que por primera vez tenía la oportunidad de acercarse a él sin los límites de la fantasía. Sin embargo, la tarea era delicada: Leonard estaba profundamente ligado a Emma Valmont, y cu