La tarde caía sobre Nueva York y las luces de los edificios ya comenzaban a encenderse, pintando la ciudad con un tono dorado que se mezclaba con el gris del asfalto. Emma Valmont observaba por la ventana de su pequeño departamento, con los brazos cruzados, sabiendo que había llegado el momento de hacer lo que durante días había estado posponiendo.
Había recibido tres correos electrónicos y dos llamadas de la editorial aquella mañana. Todos con el mismo tono de urgencia: “Emma, necesitamos hablar contigo. Tus entregas son vitales para la revista. Por favor, ven a la oficina.”
Suspiró con fuerza y tomó su abrigo. Su reflejo en el espejo mostraba unos ojos cansados, pero también firmes. Tenía miedo, sí, pero había tomado una decisión, y no pensaba echarse atrás.
Cuando llegó a la editorial, la recepción estaba llena de movimiento: teléfonos sonando, redactores corriendo de un lado a otro, las pantallas mostrando titulares que se prepararían para la próxima edición. Todos la saludaron co