Desde que Emma había abierto aquel libro por primera vez, muchas cosas en su vida habían dejado de tener explicación. Pero si algo había aprendido era que los detalles más simples, los que parecían insignificantes, eran los que cargaban las advertencias más poderosas.
Y sin embargo… desde el capítulo veintiuno, no había ocurrido nada. Absolutamente nada.
El libro parecía haberse rendido. Sus páginas, una tras otra, seguían completamente vacías. Como si el tiempo se hubiese congelado. Como si el destino, cansado de dar respuestas, hubiese decidido guardar silencio.
Emma lo había hojeado decenas de veces, siempre con la misma frustración. Cada vez que su dedo pasaba la hoja siguiente, sentía que perdía la oportunidad de saber qué pasaba en el reino del príncipe. De saber si alguien preguntaba por él, si alguien lo buscaba. De saber… si todo estaba bien.
Esa mañana, sin embargo, algo era diferente.
—¿Te diste cuenta? —susurró Emma, con el libro ya abierto sobre sus piernas, sentada en el