Leonard dormía profundamente, su respiración tranquila y acompasada apenas era un susurro en la noche. El leve resplandor de la luna se colaba por la ventana, bañando su rostro con una palidez etérea. Pero dentro de su mente, las sombras no estaban en calma. Primero vino el viento, ese viento helado que parecía cortarle la piel, cargado de un olor extraño, metálico y húmedo. Luego, el sonido de los cascos de los caballos golpeando las piedras del castillo. No era un sonido habitual. Era violento, urgente, como si estuvieran huyendo... o atacando. Leonard abrió los ojos dentro del sueño y se encontró no en el apartamento de Emma, sino en el corazón de Theros. Estaba de pie frente al gran ventanal de la torre norte del palacio, y lo que vio heló su sangre.
Theros ardía. Las llamas se alzaban como lenguas de monstruos hambrientos, devorando las casas, las torres, las tiendas del mercado, incluso los jardines imperiales. La gran biblioteca estaba colapsando bajo el peso del fuego, sus col