El gran salón parecía contener el aliento.
Las lámparas de cristal temblaban levemente bajo el peso de la expectativa. Las velas, altas y delgadas, derramaban su luz como si supieran que aquella noche no era una más. En cada rincón, desde los corredores altos donde se escondían los sirvientes hasta los extremos de la mesa imperial donde los miembros del Alto Consejo aguardaban como estatuas vivas, todo estaba dispuesto… para presenciar un juicio silencioso.
Y entonces, ella cruzó el umbral.
Violeta.
Ya no era solo una joven noble. Ya no era la prometida impuesta por tratados antiguos ni la dama olvidada entre las sombras del poder. No. Aquella figura que avanzaba con la frente erguida y la calma de quien ha tomado una decisión irreversible era otra cosa. Era símbolo, era mensaje, era amenaza.
El vestido color vino seguía su andar como un río denso, majestuoso. Su trenza adornada con hilos de plata descansaba con la precisión de una obra de arte. Pero lo que paralizó a los presentes no