El ambiente en el Gran Salón había mutado, como si los muros hubieran inhalado un presagio. Ya no era simplemente una cena para calmar rumores, ni un gesto diplomático hacia los miembros del Alto Consejo. Era un campo minado disfrazado de ceremonia, y cada palabra pronunciada, cada sonrisa forzada, cada gesto contenido, tenía el potencial de detonar algo oculto… algo largamente contenido.

El príncipe Leonard se mantenía en silencio más de lo habitual. Sus respuestas eran breves, medidas, casi frías. Pero sus ojos, esos que rara vez revelaban algo, se deslizaban una y otra vez hacia su derecha, donde Violeta permanecía sentada con la espalda recta, el mentón levemente elevado, y una serenidad en el rostro que parecía ajena al fuego invisible que la rodeaba. Había en su quietud una especie de rebelión callada, una fuerza que no necesitaba alzarse para hacerse notar. Como si llevara siglos entrenándose para ese momento.

Arabella, desde su extremo de la mesa imperial, giraba con lentitud