Los días en el palacio de Theros solían iniciar con el canto de las aves y el perfume tenue de las flores que el rocío de la madrugada aún no había disuelto. Pero para Violeta Lancaster, aquella mañana no trajo ni aromas ni melodías. Solo un silencio áspero, casi hiriente.
Desde el ventanal de su habitación, contemplaba los jardines. Las magnolias comenzaban a abrirse con timidez. El cielo estaba claro, sin nubes. Todo parecía en calma… y sin embargo, algo había cambiado. Algo que ni siquiera el paisaje podía esconder.
Leonard no había ido a verla.
No desde hacía tres días.
Tres días sin notas, sin gestos, sin visitas. Tres días donde los pasillos que antes lo conducían a su presencia ahora parecían evitarla por completo.
Apretó los labios mientras sus dedos se cerraban con fuerza en el alféizar de la ventana.
“Tal vez está ocupado”, se decía. “Tal vez está cansado. Tal vez… no tiene nada que decirme.”
Pero en lo más profundo, Emma —la mujer atrapada en su cuerpo— sabía que era más qu