CAPÍTULO 129 Gabriele

El aire de la noche me cortaba el rostro como si la misma montaña quisiera probar mi voluntad. Aferrada a las piedras húmedas del sendero, bajé la escalinata resbalosa que serpenteaba entre la vegetación. Las sombras eran densas, casi palpables. El corazón me latía con una violencia que dolía, que me mareaba. Pero no podía detenerme. No ahora. No cuando estaba tan cerca.

La vieja reja oxidada apareció frente a mí, como un centinela delgado y torcido. Las bisagras emitieron un crujido agudo cuando la empujé, apenas lo suficiente para cruzar. Me agaché, escondiéndome entre los helechos y las ramas que habían invadido el pasillo natural de salida. El camino hacia la libertad estaba ahí, abierto, esperando. Solo tenía que correr. Solo tenía que seguir descendiendo por la montaña.

Pero entonces lo escuché.

El primer disparo.

Seco. Fuerte. Muy cerca.

Me paralicé.

Otro más.

Y después, una ráfaga.

Los ecos se propagaron por las paredes de piedra como una tormenta que retumbaba desde las entra
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