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CAPÍTULO 114 Protegerla a como de lugar

La imagen de la ecografía aún retumbaba en mi cabeza como una melodía que no podía dejar de escuchar. Ese pequeño latido, tan rápido, tan fuerte, tan indiscutiblemente vivo… era nuestro. Nuestro hijo. Nuestra hija. Nuestro pedazo de eternidad.

No había nada más que pudiera compararse a esa sensación. Ni el poder, ni la victoria, ni siquiera el sabor de la venganza que tantas veces había perseguido. Nada era igual a ver a Ludovica con las mejillas húmedas por la emoción, con la mano sobre el vientre, protegiendo algo que recién comenzaba, pero que ya significaba todo.

Y, sin embargo… no podía estar en paz.

La alegría se sentía contaminada. Porque incluso allí, en esa pequeña burbuja de esperanza, la amenaza seguía acechando. Como un espectro agazapado en la sombra de cada rincón.

Mi padre.

Antonio De Luca.

Aún me cuesta decirlo en voz alta. Aún me cuesta aceptar que él, mi propio padre, fue el artífice de todo esto. No Marco. No otro enemigo cualquiera de esos que sabíamos reconocer co
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