Los días en Bled se deslizaban con una serenidad que parecía ajena al mundo que habíamos dejado atrás. Aquí el aire olía a tierra húmeda, a hojas recién caídas, a pinos que se alzaban silenciosos sobre las montañas como centinelas de nuestra tregua. A veces, al abrir las ventanas de la casa donde nos refugiábamos, podía olvidar por un instante lo que habíamos vivido. Lo que habíamos perdido. Lo que aún estaba por resolverse.
Gerónimo ya estaba casi completamente recuperado. Nunca lo hirieron de gravedad, pero lo dejaron hecho un desastre. Aún llevaba algunos moretones en el rostro, pero su energía había regresado. Sonreía con esa chispa que tanto extrañaba, y bromeaba con Fyodor y Salvatore como si el dolor fuera solo un mal recuerdo. Me alegraba verlo así. De todos nosotros, él era quien más necesitaba encontrar la risa después de lo vivido.
Gabriele, en cambio, aún caminaba con lentitud, con ese paso contenido que me obligaba a mantener su ritmo. Su herida había sido seria. La bala