Silas no podía dejar de pensar en lo que había presenciado. Si aquel vampiro decía la verdad, y era realmente el padre de Vida, ¿qué significaba entonces que ella no tuviera esencia alguna? La idea lo carcomía en silencio. Llevaba horas de pie frente a la puerta del cuarto de su amiga, sin atreverse a tocar. No sabía si preguntarle, si confrontarla, si siquiera ella misma era consciente de lo que cargaba. Finalmente, llegó a dos conclusiones: o aquel hombre había mentido y no era su verdadero padre, o Vida llevaba consigo algún objeto que ocultaba su esencia… y, de ser así, lo hacía sin siquiera sospecharlo.
Mientras tanto, Vida estaba sentada en su cama. La habitación, aunque cálida, le parecía helada. El frío no venía de afuera, sino de su alma. Recordaba a su madre, a la mafia, a la vida que había dejado atrás en China. Un deseo oscuro la invadió: volver, saber cómo estaba su gente, comprobar si habían sobrevivido sin ella, si todavía existía un lugar para quien había sido antes de