La sala de juntas del edificio central estaba más llena de lo habitual: presentación trimestral, accionistas invitados y parte del equipo directivo. Las ventanas panorámicas filtraban la luz del mediodía; el escritorio de madera brillante se extendía con papeles y portátiles perfectamente ordenados. Nadie esperaba otro tipo de espectáculo que el monótono desfile de cifras y proyecciones.
Kaelion abrió la reunión con su acostumbrado control. Impecable en su traje oscuro, irradiaba autoridad, aunque dentro de sí apenas lograba sostener el equilibrio.
—Empecemos —dijo, con la voz medida—. Debemos ajustar proyecciones y reasignar recursos en el departamento de expansión.
Isolde, sentada en el extremo de la mesa, lo observaba sin decir palabra. La línea de su mandíbula estaba tensa, los dedos entrelazados con fuerza. Había decidido acompañarlo como gesto de apoyo, pero la distancia entre ambos era un muro invisible que solo ellos podían sentir.
Todo transcurría con normalidad hasta que uno