La casa de la bruja

Aunque la capital quedaba a kilómetros de la ciudad donde vivía Vida, eso no era obstáculo para que Kaelion la pensara y la sintiera cerca. Había pasado tanto tiempo sentado en una fría banqueta del parque solitario, que cuando recapacitó ya era bastante tarde; el holding había cerrado sus puertas, así que decidió ir a casa.

Al entrar, encontró a Isolde sentada en la sala de estar con una copa de vino. Lo estaba esperando: lo supo en el instante en que ella salió de sus pensamientos y le hizo una seña para que tomara asiento frente a ella.

—Puedo hablar primero, antes de que digas algo —pidió él; ella respiró hondo y asintió—. Lamento todo. No quiero dejarte, pero no sé si vamos a poder ser felices. No creo amarte, pero tampoco quiero dejarte porque hacemos buen equipo: eres muy inteligente, brillante. Solo te digo que si te quedas conmigo, lo sucedido no volverá a pasar.

—No es mi intención estar con alguien que no me ama —dijo ella, riendo con sarcasmo—. Pero vamos, yo ya sabía que
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