Por primera vez, al alfa no le resultaba un problema tener paciencia con alguien. Con ella era distinto. La entendía, comprendía su enojo, y aun así permanecía a su lado, cuidándola aunque insistiera en que no lo necesitaba.
La humana comenzó a reír. La píldora hacía efecto y parecía en otro mundo: jugaba con los peces, hablaba con las rocas, se reía con el viento. Por un instante, se veía feliz, pero pronto su cuerpo empezó a temblar de frío. Sus labios se tornaron morados, y al verla así, Kaelion se alarmó.
Se acercó y le rozó el brazo. Ella no lo rechazó, porque el contacto le devolvía calor.
—Vamos, te llevo a la habitación, estás temblando —pidió él.
—Si tú me tocas, el frío se me quita —murmuró ella, y entre más tiempo pasaba con su mano sobre su piel, más calor sentía—. Mejor acércate más.
Lo jaló hacia sí. Él quedó tan cerca que no pudo evitar rodearla con los brazos. Estaba desnuda, y eso lo encendió al instante; su falo reaccionó con una dureza que lo traicionaba.
—Dime que