El sol apenas había salido cuando Ariadna abrió los ojos. La lámpara seguía encendida, consumida hasta la mitad, y el olor a ceniza impregnaba el aire de su habitación. Por un instante pensó que todo había sido un mal sueño, pero al girar la cabeza lo vio: el libro abierto sobre la mesa, y en la primera página, una frase nueva escrita con tinta oscura:
"La noche fue solo el inicio."
Un escalofrío le recorrió la espalda. A su lado, sobre la silla, descansaba el amuleto, aún tibio tras haber brillado con una fuerza que no comprendía. Y en el marco de la puerta, apoyado en silencio, estaba Elian.
—Has cambiado —dijo él, con voz baja.
Ariadna se incorporó sobresaltada, cubriéndose con la manta.
—¿Qué haces aquí?
—Te protegía —respondió, sin moverse—. Las sombras no se detendrán, Ariadna. Si vuelven, no lo harán con la misma fuerza. Vendrán más.
Ella bajó la mirada, apretando los dedos contra la manta.
—¿Y si no resisto? ¿Y si no soy lo que esperas que sea?
Elian dio un paso al frente, y l