Las primeras órdenes de Isabella fueron discretas, pero firmes. La idea era avanzar poco a poco, hasta tener el control. Así que no consultó a Dante en las decisiones que tomó. No pidió permiso. Solo lo miró, le informó… y él, con un leve asentimiento aceptó. ¿Pero qué más podía hacer si ella ya había actuado? Desde ese momento, Dante supo que algo en ella había cambiado. Y ya no retrocedería.
Ordenó una revisión de los libros contables de la flota portuaria. Exigió los reportes de distribución de armamento y pidió auditorías internas que nadie se atrevía a sugerir desde hacía años. Su tono era suave, pero sus palabras cortaban como cuchillas de seda.
Una semana después, ya se sabía en los pasillos que Isabella no era una esposa trofeo. Era la nueva mente de la estrategia. Las miradas de los hombres que antes la subestimaban ahora cargaban una dosis de respeto contenida por el miedo. Isabella no levantaba la voz, pero lograba que todos obedecieran. Era el tipo de mujer que no necesita