Mundo ficciónIniciar sesiónMia
El aire en el pasillo se sentía como plomo. La mano extendida de Alan Lombardi seguía ahí, flotando entre nosotros como una invitación al abismo, no la tomé retrocedí un paso, sintiendo que las paredes de la mansión de mis padres se cerraban sobre mí. La revelación de su identidad me había golpeado más fuerte que la propia traición de Oliver, em hombre que me había hecho gritar de placer, el que me había poseído con una furia casi animal en un baño público, era el hermano del hombre que me había destrozado el corazón. —Me voy —solté, con la voz quebrada. No esperé respuesta, me giré y caminé hacia la salida, ignorando el llamado de Oliver y la mirada abrasadora de Alan que sentía como un hierro candente en mi espalda pero no llegué lejos, sl llegar al vestíbulo, mis padres me bloquearon el paso detrás de ellos, como una sombra cobarde y silenciosa, apareció Mariana su mirada estaba baja, pero no había arrepentimiento en su postura, solo una sumisión irritante. —Mía, detente —ordenó mi padre con esa voz autoritaria que solía usar en sus juntas de negocios—. No vas a ir a ningún lado. Tenemos una cena que atender y un compromiso que reafirmar. —¿Compromiso? —reí y el sonido fue histérico, cargado de dolor—. No hay compromiso, papá se acabó. En ese momento, vi a Oliver y a Alan acercarse desde el pasillo Alan caminaba con una elegancia depredadora, manteniendo sus manos en los bolsillos de su pantalón de sastre, observando la escena como si fuera una obra de teatro entretenida. Oliver, en cambio, parecía un niño asustado. —Vas a casarte, Mía —sentenció mi padre—. Los acuerdos entre los Lombardi y nuestra familia están firmados, tu querías este matrimonio y no vamos a permitir que un arrebato emocional destruya años de negociaciones. —¡No es un arrebato! —grité, y sentí las lágrimas cristalizarse en mis ojos, nublando mi visión—. ¡No voy a casarme con alguien que estuvo acostándose con mi hermana durante un año! ¡En mi propia casa! ¡En mi propia cama! ¿Es que no lo entienden? ¡Me traicionaron de la forma más asquerosa posible! El padre de Oliver, un hombre de facciones duras y corazón de piedra, dio un paso al frente y carraspeó, restándole importancia a mis palabras con un gesto de la mano. —Mía, querida, los hombres a veces tienen... deslices es parte de la naturaleza mo importante es que Oliver te ha elegido a ti para ser su esposa. Van a ser felices, las fortunas de ambas familias se integrarán y este incidente quedará en el pasado. Miré a mis padres, esperando ver indignación en sus rostros, pero solo vi cálculo estaban más preocupados por las acciones y las propiedades que por mi dignidad. —Si tanto les importa la alianza, que sea Mariana quien se case con él —sugerí con veneno, mirando a mi hermana—. Después de todo, ya saben lo que es compartir la cama. —¡No! —la respuesta de Oliver fue inmediata y cortante. Me miró con una desesperación patética—. Eres tú, Mía. Solo tú. Alan, que había permanecido en silencio, me clavó la mirada. Sus ojos marrones me recorrieron con una intensidad que me hizo estremecer no era una mirada de apoyo fraternal, era la misma mirada oscura y hambrienta que tenía cuando me levantaba el vestido contra la pared, mi piel se erizó por completo; podía sentir la electricidad emanando de él, recordándome lo que habíamos hecho. —No voy a casarme —dije firmemente, secándome las lágrimas con rabia—. Y no hay nada, absolutamente nada, que puedan hacer para cambiar mi decisión. Se pueden quedar con su fortuna y sus apellidos. Yo me largo. Salí huyendo de la casa escuché los gritos de mi madre llamándome, pero no me detuve subí a mi auto y aceleré hasta que los nudillos se me pusieron blancos sobre el volante al llegar al apartamento de Lucía, cerré la puerta con llave y me desplomé en el suelo del pasillo. Lloré como nunca antes pero no lloraba por Oliver, él ya no importaba lloraba por la traición de mis padres. ¿Cómo podían venderme así? ¿Cómo podían llamar "desliz" a lo que Mariana y él me habían hecho? Me sentía huérfana, sola en un mundo donde el dinero valía más que mi propia alma. Pasaron las horas Lucía no estaba no llegaba aún, el silencio del apartamento me pesaba me serví una copa de vino, intentando calmar el temblor de mis manos, cuando el timbre sonó. Pensé que era Lucia que quizás había dejado la llave pero al abrir la puerta, el aire abandonó mis pulmones era Alan. Entró sin pedir permiso, llenando el pequeño espacio con su presencia abrumadora y su aroma a colonia cara y poder cerró la puerta tras de sí y se quedó ahí, observándome con una calma que me ponía nerviosa. —Vete de aquí, Alan —susurré, aunque mi cuerpo no respondía a mi voluntad—. No tienes nada que hacer aquí. Él dio un paso hacia mí, acortando la distancia hasta que pude sentir el calor de su cuerpo. —Así que... ¿fui tu noche de despecho? —preguntó con esa voz grave que vibraba en mis huesos. Tragué saliva, sosteniéndole la mirada la verdad quemaba en mi garganta. —Sí —admití—. Ese día descubrí que tu hermano me engañaba con mi propia hermana necesitaba quemar el mundo, y te encontré a ti. Alan no se alejó al contrario, puso sus manos en mi cintura, en el instante en que sus palmas tocaron la seda de mi vestido, cada poro de mi piel se erizó. Sentí un latigazo eléctrico recorrer mi columna y, para mi propia vergüenza, mis pezones se endurecieron bajo la tela, traicionándome ante su contacto. Se inclinó hacia mi oído, su barba rozando mi mejilla, enviando oleadas de calor hacia mi pelvis. —¿Y te sirvió? —susurró, su aliento caliente contra mi oreja—. ¿Lograste olvidarlo por un momento mientras te tenía contra la pared? —Sí —respondí en un susurro, sintiéndome intimidada y excitada a partes iguales. Era impresionante. Había pasado dos años con Oliver y él jamás, ni en nuestros momentos más íntimos me había hecho sentir esta urgencia, este hambre voraz con Oliver todo era estable, monótono, con Alan era como estar al borde de un precipicio, deseando saltar. Él me tomó en sus brazos con una facilidad asombrosa, no protesté mis piernas se enredaron en su cintura por instinto, buscando su contacto. Lo guié hasta mi habitación, donde la luz de la luna se filtraba por las cortinas, bañando la cama de un tono plateado. Alan me dejó sobre el colchón y se deshizo de su chaqueta en un movimiento fluido, no hubo romance, no hubo ternura, lo que había entre nosotros era una necesidad cruda y salvaje se abalanzó sobre mí y me besó, una batalla de lenguas y deseo que me dejó sin aliento, esta vez podía verlo mejor la intensidad de sus ojos, la tensión en sus hombros, la determinación en su rostro. Sus manos bajaron a mi vestido verde y, sin ninguna paciencia, tiró de la tela. Escuché el sonido del rasgado, el crujido de la seda rompiéndose bajo su fuerza. No me importó quería que me despojara de todo, que borrara la marca de los Lombardi de mi vida siendo él mismo el Lombardi más peligroso. Cuando me dejó desnuda, se detuvo un segundo para devorarme con la mirada ne sentí más expuesta y más deseada que nunca en mi vida el se quitó el resto de la ropa con urgencia su cuerpo era una obra maestra de músculos tensos y piel morena cuando se posicionó entre mis piernas, sentí su virilidad pulsando contra mi intimidad, reclamando su territorio. —Mía... —gruñó mi nombre, y fue la primera vez que lo sentí como algo sagrado. Se hundió en mí de una sola estocada, profunda y violenta solté un grito que se perdió en su boca mientras él empezaba a embestirme con una furia posesiva cada golpe de su cuerpo contra el mío era una declaración de guerra, me poseía con una pasión que bordeaba la locura, haciéndome arquear la espalda y clavar mis uñas en sus hombros anchos.—Eres tan hermosa, maldita sea... —susurraba contra mi cuello sus palabras eran rápidas, cargadas de una urgencia que apenas me dejaba procesar lo que decía, pero el tono era claro me quería solo para él. Me sentía completa, desbordada. Mis sentidos estaban enfocados únicamente en la fricción de nuestras pieles, en el sonido de nuestros jadeos sincronizados y en la forma en que él llenaba cada vacío que Oliver había dejado en mí. La adrenalina de saber que era el hermano de mi ex, el hombre prohibido, solo hacía que el placer fuera más agudo, más punzante. Alan me tomó de las manos, entrelazando sus dedos con los míos y presionándolos contra la almohada mientras aceleraba el ritmo sus estocadas eran implacables, rítmicas, llevándome a un punto de no retorno. Sentí cómo la tensión se acumulaba en mi vientre, una bola de fuego que amenazaba con explotar. —¡Alan! —grité su nombre cuando el clímax me golpeó, una ola de placer tan intensa que mis músculos se contrajeron a su alrededor, atrapándolo en mi éxtasis. Él soltó un gruñido gutural, hundiéndose una última vez hasta el fondo, y sentí su calor inundándome mientras su cuerpo se tensaba por completo sobre el mío nos quedamos así, unidos por el sudor y la respiración errática, mientras el eco de nuestro encuentro aún vibraba en la habitación. Después de unos minutos, Alan se retiró y se acostó a mi lado, pasando un brazo por debajo de mi cabeza para atraerme hacia su pecho, el silencio regresó, pero ya no era un silencio pesado.—Esto está mal —susurré, apoyando mi rostro en su pecho, escuchando los latidos de su corazón que aún iban rápido—. Eres su hermano Alan, esto es una locura. Él se giró un poco para mirarme, con una expresión ilegible en sus ojos marrones. —¿Todavía estás con Oliver? —preguntó con voz ronca. —No —respondí de inmediato—. Nunca volveré con él. Alan me acarició la mejilla con el pulso firme. —Entonces nada está mal, Mía. Él lo perdió. Yo solo estoy reclamando lo que él no fue lo suficientemente hombre para cuidar.






