Mundo ficciónIniciar sesiónMia
Los tres días que siguieron al colapso de mi vida fueron un desierto de silencio y dolor sordo me refugié en el apartamento de Lucía, un espacio pequeño que se sentía como mi único búnker contra la realidad me pasaba las horas en el sofá, con la mirada perdida en el techo. Mi teléfono no paraba de vibrar pero yo lo mantenía boca abajo sabía que Oliver estaría buscándome pero no tenía fuerzas para sus mentiras lo que finalmente me quebró fue el mensaje de mi madre “Mía por favor, ven a cenar, tu hermana nos ha contado lo sucedido ven, solo estaremos tu padre y yo, necesitamos escucharte y hablar contigo, será una cena tranquila, nosotros tres por favor, hija, no estas solo en esto”. Esa promesa de refugio fue lo que me convenció. Necesitaba el abrazo de mi padre, pensé que por una vez, ellos pondrían mis sentimientos por encima de las apariencias, me puse un vestido de seda verde esmeralda que resaltaba la palidez de mi piel y unos tacones no muy altos. Sali del apartamento de mi amiga y me subí a mi auto, maneje hasta la casa de mis padres sin embargo cuando llegue ví el sedán negro de los Lombardi y el auto de Oliver, sentí una náusea violenta. Mi madre me había tendido una trampa. Una emboscada social, claro ¿Cómo fue que habia creído que ellos iban apoyarme a mi? Fui una ilusa. Respire profundo, podía simplemente irme y hacer que nada paso o enfrentarlos, no podía seguir huyendo, tarde o temprano tendría que ver a mis traidores padres y a Oliver. Entré a la casa con la mandíbula tensa, mis padres reían con los señores Lombardi como si mi vida no estuviera hecha añicos Oliver estaba en un rincón, sostenía una copa con manos temblorosas. En cuanto me vio, se abalanzó hacia mí. —Mía, gracias a Dios… —empezó a decir pero lo corté con la mirada. —Me mentiste, mamá —solté, ignorando a Oliver. —Hija, no seas dramática, solo queremos hablar contigo mi amor—respondió ella con esa sonrisa plástica que tanto odiaba. Oliver me tomó del brazo, con una urgencia que me quemaba. —Mía, por favor dame solo cinco minutos en el despacho para que hablemos a solas para que tenga la oportunidad de explicarme — los ojos de todos estaban en nosotros y yo solo deseaba irme Me recordé que había decidió entrar para dejar los puntos claros. Caminé hacia el despacho, cerre la puerta el silencio se volvió pesado, cargado del aroma a tabaco de mi padre y la colonia de Oliver que antes me encantaba y ahora me asfixiaba. —Habla —dije, cruzándome de brazos. —Mía, lo de Mariana… fue un error catastrófico estaba algo tomado, ella me buscó y yo no supe cómo detenerlo pero eres tú con quien quiero casarme, eres tú la mujer de mi vida. —¿Un error de un año Oliver? —solté una carcajada amarga, carente de humor—. ¿Cuántas veces estuviste borracho? ¿Trescientas sesenta y cinco noches? No me insultes tuviste una relación paralela con mi hermana en nuestra propia casa —¡Ella no significa nada! —gritó él acercándose tanto que podía oler el alcohol en su aliento—. Fue solo sexo Mía, algo físico, contigo tengo una vida, un futuro, los Lombardi y los tuyos… no podemos tirar todo por la borda por un desliz. Un desliz... Así se justificaba el. —¿Un desliz? —me acerqué a él, clavándole el dedo en el pecho—. Me diste asco desde el momento en que la vi sobre ti cada vez que me tocabas, eras solo un despojo de hombre que no puede respetar ni a su propia novia ni a su cuñada, no hay boda. No hay "nosotros". —¡No puedes hacerme esto! —Oliver golpeó el escritorio de roble, haciendo que los papeles volaran—. ¡Mis padres están afuera esperando que anunciemos la fecha definitiva! ¡No vas a humillarme así! ¡Nos vamos a desperdiciar dos años Mia! —Tú te humillaste solo al meterte entre las piernas de Mariana —le respondí con una calma que lo enfureció más—. Ahora sal de mi camino he terminado contigo. Salí del despacho hecha una furia con la sangre hirviendo y la vista nublada por la rabia. Caminé rápido por el pasillo lateral, queriendo huir de esa casa, de Oliver y de la farsa de mi familia. No vi lo que tenía delante. Choqué de lleno contra una pared sólida de músculos el impacto fue tan brusco que mis tacones fallaron, pero unas manos inmensas y firmes se cerraron sobre mis brazos, sosteniéndome con una fuerza que me hizo jadear, un calor familiar, una descarga eléctrica que me recorrió desde los pies hasta la nuca, me dejó paralizada. Levanté la vista y el aire se quedó atrapado en mi garganta. Eran ellos aquellos ojos marrones, profundos y oscuros el rostro de facciones duras, la mandíbula tensa bajo la barba perfecta el mismo hombre que me había poseído contra la pared del baño tres noches atrás estaba ahí, vestido con un traje de sastre que gritaba poder. —Tú… —susurré, mis labios temblando de puro choque. Él no dijo una palabra, pero sus ojos me recorrieron de arriba abajo con una lentitud pecaminosa sus dedos se hundieron un poco más en mi piel, marcándome de nuevo, estaba por entrar en pánico cuando la puerta del despacho se abrió de golpe tras de mí. Oliver salió, todavía rojo por la discusión pero al ver al hombre que me sostenía, su rostro se transformó en una máscara de resentimiento y amargura. —¿Alan? —dijo Oliver, y su voz sonó tensa, casi pequeña—. No sabía que habías llegado de Londres, nadie mencionó que el gran heredero vendría a la cena. ¿Gran heredero? ¿Ellos se conocían? Ahora sabía que él hombre frente a mí se llamaba Alan. Alan me soltó lentamente pero su mirada no se apartó de la mía, me sentía desnuda, como si él pudiera ver a través de mi vestido verde el rastro de la noche que compartimos. —Decidí darles una sorpresa —respondió Alan su voz era una vibración grave que me hizo temblar las rodillas—. No podía faltar a una reunión tan… íntima. Oliver dio un paso al frente, poniéndose a mi lado de forma defensiva, aunque se notaba que se sentía inferior ante la imponente presencia de su hermano mayor. —Mía —dijo Oliver con amargura, sin mirarme—, supongo que tengo que presentarte, el es Alan Lombardi, mi hermano mayor. El mundo se volvió borroso. El hombre que me había hecho vibrar de placer, el hombre que me había usado para quemar mi dolor, era un Lombardi, era el hermano de Oliver. Alan dio un paso hacia mí ignorando por completo la hostilidad de su hermano. Extendió su mano derecha hacia mí, un gesto de una formalidad hipócrita. —Un placer conocerte al fin, Mía —dijo Alan, y una sonrisa cruel, casi imperceptible, bailó en sus labios—. He oído mucho sobre ti aunque ahora que te veo… me doy cuenta de que Oliver nunca supo realmente lo que tenía en sus manos. Me quedé mirando su mano, sabiendo que si la tocaba, estaría entrando en un infierno del que no querría salir. Estaba atrapada en una red de traiciones, y Alan Lombardi acababa de dejar claro que él era el dueño de todas las reglas.






