Apenas di unos pasos lejos de él, sentí que el aire se espesaba a mi alrededor, como si cada respiración se clavara en mis pulmones. La imagen de Lorenzo abriendo aquella puerta volvió a repetirse en mi mente una y otra vez como un eco sin fin.
Su mirada.
Esa forma en la que me observó, como si algo dentro de él supiera… como si algo reconociera el temblor en mis manos, la forma en que respiraba, el tono quebrado de mi voz.
“Hay algo en ti…”
Apreté los dientes para ahogar el escalofrío que me recorrió.
No podía dejar que me afectara.
No podía permitirme que una sola grieta del pasado se filtrara en la mujer que era ahora.
Soy Elena.
No Isabella.
Elena.
Elena.
Repetí mi nombre como un mantra mientras caminaba más rápido por el pasillo, con pasos torpes, casi frenéticos. Pero mis piernas no cooperaban. Temblaban tanto que sentía que en cualquier momento se doblarían.
—Respira… respira… —susurré para mí.
Pero era inútil.
Cuanto más trataba de calmarme, más sentía el corazón golpearme la